09 May El premio José Rovirosa a mejor documental mexicano
Publicación revista Toma
Producto de las necesidades de la investigación científica, desde sus comienzos el cine se planteó la necesidad de registrar la realidad para presentarla al espectador, aunque siempre hay que tener presente que se trata de la realidad bajo la perspectiva del ojo que la mira. Si existe un género cinematográfico para el que lo anterior sea válido se trata, sin duda, del documental.
El cineasta estadounidense Robert Flaherty, por muchos considerado el padre fundador del género documental, comprendió las grandes posibilidades que, más allá del espectáculo, tenía el cinematógrafo. Estudió las diferentes tendencias existentes en las películas de ficción y decidió utilizarlas en sus filmaciones; de esta manera, el drama, con su posibilidad de producir impacto emocional, se ligaba con algo real: las personas mismas, su modo de vida y los escenarios donde ésta se desarrollaba. Creó un modelo del género que añadía una estructura narrativa a la simple toma de imágenes. Así fue como las fronteras entre ficción y realidad se fueron diluyendo en la historia del cine.
El teórico escocés de cine documental Grierson, al referirse a la obra de Flaherty, consideró que: “El documental no es más que el tratamiento creativo de la realidad. De esta forma, el montaje de secuencias debe incluir no sólo la descripción y el ritmo, sino el comentario y el diálogo”.
Partiendo de estos antecedentes, cabe preguntarse la razón por la que, tradicionalmente, el documental siempre fue visto por muchos historiadores, críticos, realizadores y públicos, como un género secundario, opacado por una concepción del cine como ficción. Un ejemplo de lo anterior es que en las premiaciones, ya sean las más connotadas internacionalmente o las que reconocen a las cinematografías regionales y locales, si bien se otorgan premios a documentales y documentalistas, éstos suelen considerarse dentro de “categorías menores”. Un fenómeno similar sucede con los festivales: los dedicados al documental son considerablemente menores en número e importancia.
La Filmoteca de la UNAM, al igual que la mayoría de los demás archivos fílmicos dedicados al rescate, preservación y difusión de la cultura cinematográfica, siempre ha descreído de esa concepción unitaria que ve al cine sólo como ficción artística y comercial. En su acervo, cercano a los 50 mil títulos que abarcan desde las primeras manifestaciones del cine mexicano hasta tiempos actuales, se incluyen no pocos documentales que han podido ser rescatados y preservados, y que dan cuenta de los derroteros por los que ha transitado nuestra cinematografía a lo largo de más de cien años. Su relación con este género no sólo termina aquí: también incluye el apoyo para su realización por parte de las nuevas generaciones de documentalistas y el reconocimiento a sus creaciones, como una manera de impulsar al género. De hecho, en nuestro país, la Filmoteca, en colaboración con el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), fue la primera en concebir, organizar y llevar a cabo un premio dedicado exclusivamente al documental: el Premio Rovirosa.
Fue en julio de 1997, poco después de la muerte del cineasta José Rovirosa, que la Dirección General de Actividades Cinematográficas de la UNAM y el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos instauraron el Premio José Rovirosa al Mejor Documental Mexicano. Se pretendía homenajear la personalidad fílmica y docente de este destacado documentalista mexicano, y reconocer la labor de quienes han intentado trabajar el campo del documental en nuestro país.
Después de 18 ediciones, el Premio Rovirosa se ha consolidado como el certamen más reconocido por los propios documentalistas si bien, afortunadamente, ya existen otras convocatorias. Algunos de los galardonados obtuvieron el premio con óperas primas o bien con obras que podrían considerarse como trabajos de un periodo inicial. Estos hechos, por sí mismos, justifican los objetivos del premio, que son el de fomentar la realización de documentales y reconocer nuevos talentos que, con la obtención del premio, comenzaron a abrirse un espacio profesional.
Los organizadores también han sabido detectar a tiempo riesgos de desproporcionalidad que suelen presentarse en este tipo de certámenes, relacionados con los distintos niveles de profesionalidad y de capacidades de producción; así, desde, desde 2008, el Premio Rovirosa se otorga en dos categorías: la de Mejor Documental Mexicano y la de Mejor Documental Estudiantil. Con este último, no sólo se reconoce el talento más joven sino que se impulsa la opción del documental como una alternativa profesional para las generaciones de cineastas en etapa formativa.
Entre los documentalistas que en alguna ocasión han obtenido el Premio Rovirosa a Mejor Documental Mexicano, se encuentran talentos hoy unánimemente reconocidos, como Carlos Markovich, quien obtuvo el premio (Ex aequo) en 1998 por ¿Quién diablos es Juliette?; Adele Schmidt, por Tierra menonita (2000); Everardo González, quien lo ha conseguido en dos ocasiones: Los ladrones viejos (2007) y Cuates de Australia (2012); o Eugenio Polgovsky por Los herederos (2009). El hecho de que estos documentales hayan obtenido posteriormente galardones en diversos festivales nacionales e internacionales, da cuenta también de las capacidades de evaluación de los diferentes académicos, críticos y realizadores que han fungido como jurado en las diferentes ediciones, algo que también ha contribuido a consolidar el prestigio del Premio.
Desde hace más de quince años el género documental ha experimentado un auténtico revival en la cinematografía mundial. Finalmente, el género ha logrado trascender la concepción meramente testimonial con que la industria cinematográfica lo había considerado desde hacía muchas décadas, para adquirir una valoración artística que siempre se le había, injustamente, negado.
En lo que a México se refiere, la manifestación de este fenómeno debe mucho a la labor perseverante, siempre comprometida con el fenómeno cinematográfico, de las instituciones que concibieron y han sabido mantener el sentido de un premio como el Rovirosa.
Por José Manuel García Ortega
Filmoteca de la UNAM